Testimonio de una colaboración
This paper was presented on my behalf at the Women's Studies Colloquium at Casa de las Américas, Havana, Cuba on February 22, 2012 by my niece, Olivia Levins Holden. Esta ponenica fue presentada en el coloquio de estudios de la mujer en casa de las Américas, en La Habana, Cuba, el 22 de febrero de 2012 por mi sobrina, Olivia Levins Hollden.
Querida Mami,
Escribo estas palabras desde tu cuarto en Massachusetts, el mismo en que dejaste de respirar hace casi un año, y ahorita las enviaré por correo electrónico a tu nieta, para que las lee en La Habana, entre mujeres latinas, escritoras, feministas, luchadoras como tú, porque quiero que te reconozcan, porque ellas son las que deben recibir el testimonio de lo que hicimos tu y yo.
Nuestra colaboración empezó una tarde en Nueva York, cuando tenía cinco años. Me estabas enseñando a leer, y de repente pasó algo mágico. Las líneas y curvas en la página se convirtieron en una palabra, y comprendí que podía marcar un papel con las señas para “gato,” enviar ese papelito al otro lado del mundo y hacer que otro ser, totalmente desconocido, pensara en un gato. En ese instante encontré mi vocación. Me diste el alfabeto, misterioso, potente y mío.
Querida Mami,
Escribo estas palabras desde tu cuarto en Massachusetts, el mismo en que dejaste de respirar hace casi un año, y ahorita las enviaré por correo electrónico a tu nieta, para que las lee en La Habana, entre mujeres latinas, escritoras, feministas, luchadoras como tú, porque quiero que te reconozcan, porque ellas son las que deben recibir el testimonio de lo que hicimos tu y yo.
Nuestra colaboración empezó una tarde en Nueva York, cuando tenía cinco años. Me estabas enseñando a leer, y de repente pasó algo mágico. Las líneas y curvas en la página se convirtieron en una palabra, y comprendí que podía marcar un papel con las señas para “gato,” enviar ese papelito al otro lado del mundo y hacer que otro ser, totalmente desconocido, pensara en un gato. En ese instante encontré mi vocación. Me diste el alfabeto, misterioso, potente y mío.
Tú, Rosario Morales, conocida como Sari, eras hija de migrantes que llegaron desde su pueblito isleño en un buque de vapor, en septiembre del veintinueve, justo a tiempo para el derrumbe de Wall Street. Naciste hambrienta y te criaste en Harlem y el Bronx, entre otros trocitos de naciones trasplantadas, y a los trece años hiciste un pacto con tu mejor amiga para leer cada libro en la pequeña biblioteca del vecindario, empezando con A, porqué para ti también el alfabeto era magia.
A los dieciocho años, en pleno auge del Macartismo, te hiciste comunista, entrando al partido en el momento en que tantos salían, y fue en un fin de semana de música y discusiones que conociste a un joven científico judío de familia revolucionaria, que me dice ahora que se enamoró con tus preguntas tan agudas, con tu inteligencia y capacidad crítica, y yo le digo, “Sí, Papi, pero ¿también con su belleza radiante, verdad?” “Claro,” me responde. De todos modos se casaron, y cuando estalló la guerra de Korea, decidieron ir a Puerto Rico, y cuando Papi no podía, como comunista, conseguir trabajo, porque el FBI lo seguía dondequiera que lo intentaba, siguieron el consejo de una camarada, y compraron una finca de café media abandonada donde criaron gallinas e hijos, cultivando vegetales y conciencia para los vecinos.
A los dieciocho años, en pleno auge del Macartismo, te hiciste comunista, entrando al partido en el momento en que tantos salían, y fue en un fin de semana de música y discusiones que conociste a un joven científico judío de familia revolucionaria, que me dice ahora que se enamoró con tus preguntas tan agudas, con tu inteligencia y capacidad crítica, y yo le digo, “Sí, Papi, pero ¿también con su belleza radiante, verdad?” “Claro,” me responde. De todos modos se casaron, y cuando estalló la guerra de Korea, decidieron ir a Puerto Rico, y cuando Papi no podía, como comunista, conseguir trabajo, porque el FBI lo seguía dondequiera que lo intentaba, siguieron el consejo de una camarada, y compraron una finca de café media abandonada donde criaron gallinas e hijos, cultivando vegetales y conciencia para los vecinos.
Ustedes dos, con cuatro o cinco más, eran el núcleo del partido para toda la zona del café. Papi tomaba cervezas con los trabajadores de los cafetales y hablaba de sueldos mejores, y con los pequeños agricultores, de cooperativas, y tú organizaste un grupo de mujeres, auspiciado por la extensión agrícola, para enseñarles varias cosas prácticas, pero más que nada, para que salieran de sus casas y empezaran a hablar de lo difícil que eran sus vidas.
En ese barrio de la cordillera, allá por el jurutungo, como decimos nosotros, me crié en una casa llena, del piso hasta el techo, de libros. Entre la poesía y las novelas, la filosofía marxista y los libros científicos, empezaste a acumular los libros de antropólogos, inspirada por unos jóvenes académicos radicales con quien te habías encontrado en Nueva York. Cuando por fin echaron a mi padre de la universidad de Puerto Rico, tu querías ir donde podrías estudiar la antropología, hacerla tuya, usarla para cambiar el mundo, y también me querías sacar de ese campo donde las muchachitas de trece años salían embarazadas y el único ejemplo de cómo ser mujer era tener seis hijos y aguantar abusos domésticos. Así que nos fuimos para Chicago, en el llamado verano del amor de 1967.
En ese barrio de la cordillera, allá por el jurutungo, como decimos nosotros, me crié en una casa llena, del piso hasta el techo, de libros. Entre la poesía y las novelas, la filosofía marxista y los libros científicos, empezaste a acumular los libros de antropólogos, inspirada por unos jóvenes académicos radicales con quien te habías encontrado en Nueva York. Cuando por fin echaron a mi padre de la universidad de Puerto Rico, tu querías ir donde podrías estudiar la antropología, hacerla tuya, usarla para cambiar el mundo, y también me querías sacar de ese campo donde las muchachitas de trece años salían embarazadas y el único ejemplo de cómo ser mujer era tener seis hijos y aguantar abusos domésticos. Así que nos fuimos para Chicago, en el llamado verano del amor de 1967.
¿Cómo explicarle a nuestras hermanas cómo era entonces, en esos años sesenta en los Estados Unidos, tan llenos de rabia y de esperanza? Entre las batallas por derechos civiles y en contra de la pobreza, y la violencia racista, y la guerra en Viet Nam, el feminismo estaba irrumpiendo, y por todos lados la poesía brotaba de bocas hasta entonces silenciadas. Yo, adolescente, furiosa, confundida por el choque cultural de la migración, embriagada de lucha; y tú, casi cuarenta, enfrentándote con los élites masculinos, blancos, arrogantes de la antropología, los que te menospreciaron por ser mujer, esposa de un profesor, intelectual de clase obrera, puertorriqueña, embravecida--las dos tomamos pluma en mano y empezamos a escribir, en libretas, en pedazos de servilleta, en las paredes, dondequiera.
Salíamos de la casa, enojadas por la más reciente de esas peleas clásicas entre madre e hija, y llegábamos juntas a la reunión donde éramos aliadas, camaradas, yo, a los quince años, la más joven en la sala, y tú la más vieja, las dos insistiendo que el racismo, que los privilegios de clase, que la homofobia no contaminaran el proyecto de nuestra liberación como mujeres, que no se tolerara a nombre de la conveniencia ni la urgencia que se dejara a ni una mujer atrás. Pusimos el revolú en revolución.
Salíamos de la casa, enojadas por la más reciente de esas peleas clásicas entre madre e hija, y llegábamos juntas a la reunión donde éramos aliadas, camaradas, yo, a los quince años, la más joven en la sala, y tú la más vieja, las dos insistiendo que el racismo, que los privilegios de clase, que la homofobia no contaminaran el proyecto de nuestra liberación como mujeres, que no se tolerara a nombre de la conveniencia ni la urgencia que se dejara a ni una mujer atrás. Pusimos el revolú en revolución.
© 1981 Joan E. Biren
Yo ocupaba edificios, hacía teatro de protesta en las calles, fui expulsada de la secundaria, llené libreta tras libreta con angustias y añoranzas, iba a mi grupo de concientización, escribí guiones para un programa de radio feminista que producía con otra adolescente, fui parte de una colectiva que infiltraba a la biblioteca de la escuela de medicina para aprender sobre nuestros propios cuerpos y facilitaba a los abortos ilegales, y viajé a París con una delegación, para vernos con los vietnamitas de la frente de liberación. Tu dirigías reuniones masivas de protesta, ibas a reuniones y coaliciones, formabas colectivos y grupos de estudio, y en la Universidad de Chicago, bastión conservador, investigabas el genocidio de los pueblos indígenas del mundo y a pesar de las advertencias de tus profesores, te tiraste a la batalla y tu tesis de maestría fue una condena del racismo colonialista del dios de la antropología, el mismo Claude Levi-Strauss, y burlándote de su famoso libro Tristes Tropiques, le pusiste a tu manifiesto el título Tropes Tipique. *
Crecí, me fui a estudiar, y nos llamábamos por teléfono para leernos los borradores de poemas y ensayos. Me mudé para California, y tú para Boston y las dos empezamos a recitar y a leer y a publicar, y cuando tu leías, leías mis poemas con los tuyos, y cuando yo recitaba, recitaba tus palabras y las mías, y un día de junio del 1981, nos paramos con ocho mujeres más en una iglesia en Boston para presentar la feroz antología This Bridge Called My Back, este puente que es nuestras espaldas, por donde cruza el mundo entero, nosotras, las mujeres negras, latinas, asiáticas, indígenas, luchando en diez direcciones a la vez. La primera edición se vendió por completo dentro de tres semanas, y de repente éramos expertas. Yo fui la que empecé a viajar de universidad en universidad para hablar del feminismo nuestro, de las llamadas mujeres de color. A tí no te gustaba eso. Te gustaba estar en casa, leer tus obras en la librería de la esquina, o en los recintos más cercanos del mundo académico, y disfrutar de mis peregrinaciones de segunda mano.
Crecí, me fui a estudiar, y nos llamábamos por teléfono para leernos los borradores de poemas y ensayos. Me mudé para California, y tú para Boston y las dos empezamos a recitar y a leer y a publicar, y cuando tu leías, leías mis poemas con los tuyos, y cuando yo recitaba, recitaba tus palabras y las mías, y un día de junio del 1981, nos paramos con ocho mujeres más en una iglesia en Boston para presentar la feroz antología This Bridge Called My Back, este puente que es nuestras espaldas, por donde cruza el mundo entero, nosotras, las mujeres negras, latinas, asiáticas, indígenas, luchando en diez direcciones a la vez. La primera edición se vendió por completo dentro de tres semanas, y de repente éramos expertas. Yo fui la que empecé a viajar de universidad en universidad para hablar del feminismo nuestro, de las llamadas mujeres de color. A tí no te gustaba eso. Te gustaba estar en casa, leer tus obras en la librería de la esquina, o en los recintos más cercanos del mundo académico, y disfrutar de mis peregrinaciones de segunda mano.
Un día me llamaste desde la misma puerta de la casa, con tu abrigo todavía puesto y la carta en tu mano para decirme que nos habían invitado a las dos a escribir un libro, juntas, sobre todo lo que más nos interesaba. En ese entonces se podían contar los libros escritos en inglés por puertorriqueñas en tan pocos dedos que se podía comer tostones con la otra mano. Escribimos, en los tres años siguientes, el libro que añorábamos. Getting Home Alive, llegando a casa vivas, era un desafío múltiple, en su contenido, en su forma y en la identidad de sus autoras.
Mezclamos los poemas, la poesía en prosa y la autobiografía en un desorden creativo, un “collage” de géneros. Rechazábamos el nacionalismo sencillo, abrazando la complejidad de amar y criticar a dos países. Celebramos la identidad y cultura de la diáspora a la vez que declaramos contra el racismo que empapa todo, contra las presiones de la asimilación, y el frío casi impenetrable del culto del individualismo. Celebramos nuestro amor por la isla de nuestras raíces, con nostalgia pero sin romanticismo, declarándonos también contra el sexismo virulento, contra lo que nos ha hecho el colonialismo, contra la mitología del paraíso boricua que se cultiva desde lejos.
Mezclamos los poemas, la poesía en prosa y la autobiografía en un desorden creativo, un “collage” de géneros. Rechazábamos el nacionalismo sencillo, abrazando la complejidad de amar y criticar a dos países. Celebramos la identidad y cultura de la diáspora a la vez que declaramos contra el racismo que empapa todo, contra las presiones de la asimilación, y el frío casi impenetrable del culto del individualismo. Celebramos nuestro amor por la isla de nuestras raíces, con nostalgia pero sin romanticismo, declarándonos también contra el sexismo virulento, contra lo que nos ha hecho el colonialismo, contra la mitología del paraíso boricua que se cultiva desde lejos.
Lo llamaron un hito en la literatura puertorriqueña de diáspora, en la literatura latina de los Estados Unidos, selecciones del libro aparecieron en docenas de antologías y textos académicos, y fueron traducidos a siete idiomas, pero lo que siempre nos complacía mucho más que las buenas reseñas, era cuando la gente se nos acercaba con historias personales de revelación, porque nunca antes se habían visto reflejadas en las páginas de un libro y le habíamos fabricado un espejo: la estudiante que escribió líneas de nuestra poesía en los baños de su universidad en protesta porqué todos los libros asignados eran por hombres blancos; la mujer que me contó que su madre era adicta a la heroína, y la única cosa, me dijo, que pudieron compartir fue nuestro libro, que lo leyeron juntas en voz alta; el maestro en Kansas que asigno a sus alumno escribir su propia versión de mi poema y me envió un sobre lleno de vulnerabilidad y belleza que me hizo llorar; las que nos escribieron para decir que el libro les había dado la valentía para persistir, para perseguir sus sueños, los rumores de que fragmentos de lo que escribimos se habían convertido en bailes, en afiches, en graffiti.
No lo digo para alardear de nuestros talentos literarios, sino para decir que fue nuestro gran honor poder dar voz a algo que le hacía falta a nuestra gente, que en la pasión que expresábamos, vieron su propio poderío y su belleza, y que esa fue nuestra mejor recompensa y satisfacción.
Nunca nos interesó mucho el mundo de los autores profesionales, los concursos y las giras, los contratos por libros múltiples, la autopromoción desesperada que se requiere para vivir de la escritura en el mercado literario capitalista, ni la búsqueda de más fama de lo que se nos vino sin esfuerzo. Nuestras pasiones artísticas, a pesar de ser tan sensuales, han sido siempre y fundamentalmente políticas, y nuestra lealtad principal ha sido a otra definición del éxito.
No lo digo para alardear de nuestros talentos literarios, sino para decir que fue nuestro gran honor poder dar voz a algo que le hacía falta a nuestra gente, que en la pasión que expresábamos, vieron su propio poderío y su belleza, y que esa fue nuestra mejor recompensa y satisfacción.
Nunca nos interesó mucho el mundo de los autores profesionales, los concursos y las giras, los contratos por libros múltiples, la autopromoción desesperada que se requiere para vivir de la escritura en el mercado literario capitalista, ni la búsqueda de más fama de lo que se nos vino sin esfuerzo. Nuestras pasiones artísticas, a pesar de ser tan sensuales, han sido siempre y fundamentalmente políticas, y nuestra lealtad principal ha sido a otra definición del éxito.
Entre tus obras y las mías, hay dos poemas que son los más reproducidos, los mas famosos. La mía, “Hija de las Américas,” y la tuya, “Soy Lo Que Soy,” son más que nada, declaraciones de identidad legítima, de ser y estar, frente a todo lo que nos desestima, en toda la gloriosa complejidad de quienes somos.
Soy hija muchas diásporas escribí. Nací en el cruce de los caminos. Hablo inglés. Es el idioma de mi conciencia, mi cuchillo de cristal, mi herramienta, mi oficio. Soy caribeña. El español vive en mi carne, el lenguaje de ajo y mangos, el cantar de mi poesía, los gestos voladores de mis manos. Soy de Latinoamérica. Hablo desde ese cuerpo. No soy africana. África vive en mi, pero no puedo volver. No soy taíno. Taíno vive en mi, pero no hay camino de regreso. No soy europea. Europa vive en mi, pero allá no tengo hogar. Soy nueva. La historia me hizo. Mi primer idioma fue el spanglish. Nací en el cruce de los caminos, y soy entera.
Soy lo que soy, dijiste tú, y soy americana estadounidense. No lo he querido decir, porque mi quitarían lo puertorriqueño, pero ahora les digo p’al carajo. Soy lo que soy y nadie me lo va quitar, ni con todas las palabras, todo el desprecio a su disposición. Soy boricua como las boricuas que vienen de la isla de Manhattan y murmuro tangos sentimentales en mis sueños, afrocubano pulsa en mi sangre, el “látin” tibio de Xavier Cugat, tan amado, tan familiar... y alguien que estudia idiomas me detuvo una vez en el tren porque cómo yo hablo es una delicia para cualquier lingüista, pues mira, estaba el Yiddish y el español y ese inglés tan fino y refinado y bien educado y el irlandés que la reservo para mis oraciones, polvoriento ya porque no he rezado en décadas, pero chequéate mi ave marrrría llena de grrracia, con la erre de las monjas, con todo su desdén. ¿Sabes que se me pegó un acento británico del BBC, durante todos eso años en las montañas de Puerto Rico a los veintidos y veinticuatro y veintiseis, todos esos años jóvenes? Escuchaba al BBC y a los locutores bien ingleses de Radio Moscú anunciando y denunciando. Es real, es verdad. Amo el cantar de las frases del Yiddish que vienen con hombros encogidos, con bailes melancólicos o energéticos, esas palabras como pasas en el pan del idioma ingles: oy vey, gevalt, gefilte, zoftik. shmata... sonidos dulces, suaves que dicen cosas tan, pero tan agudas. Soy lo que soy. Acéptalo o déjenme en paz.
Soy hija muchas diásporas escribí. Nací en el cruce de los caminos. Hablo inglés. Es el idioma de mi conciencia, mi cuchillo de cristal, mi herramienta, mi oficio. Soy caribeña. El español vive en mi carne, el lenguaje de ajo y mangos, el cantar de mi poesía, los gestos voladores de mis manos. Soy de Latinoamérica. Hablo desde ese cuerpo. No soy africana. África vive en mi, pero no puedo volver. No soy taíno. Taíno vive en mi, pero no hay camino de regreso. No soy europea. Europa vive en mi, pero allá no tengo hogar. Soy nueva. La historia me hizo. Mi primer idioma fue el spanglish. Nací en el cruce de los caminos, y soy entera.
Soy lo que soy, dijiste tú, y soy americana estadounidense. No lo he querido decir, porque mi quitarían lo puertorriqueño, pero ahora les digo p’al carajo. Soy lo que soy y nadie me lo va quitar, ni con todas las palabras, todo el desprecio a su disposición. Soy boricua como las boricuas que vienen de la isla de Manhattan y murmuro tangos sentimentales en mis sueños, afrocubano pulsa en mi sangre, el “látin” tibio de Xavier Cugat, tan amado, tan familiar... y alguien que estudia idiomas me detuvo una vez en el tren porque cómo yo hablo es una delicia para cualquier lingüista, pues mira, estaba el Yiddish y el español y ese inglés tan fino y refinado y bien educado y el irlandés que la reservo para mis oraciones, polvoriento ya porque no he rezado en décadas, pero chequéate mi ave marrrría llena de grrracia, con la erre de las monjas, con todo su desdén. ¿Sabes que se me pegó un acento británico del BBC, durante todos eso años en las montañas de Puerto Rico a los veintidos y veinticuatro y veintiseis, todos esos años jóvenes? Escuchaba al BBC y a los locutores bien ingleses de Radio Moscú anunciando y denunciando. Es real, es verdad. Amo el cantar de las frases del Yiddish que vienen con hombros encogidos, con bailes melancólicos o energéticos, esas palabras como pasas en el pan del idioma ingles: oy vey, gevalt, gefilte, zoftik. shmata... sonidos dulces, suaves que dicen cosas tan, pero tan agudas. Soy lo que soy. Acéptalo o déjenme en paz.
Nacimos juntas en el cruce--de caminos, de nacionalidades, de movimientos sociales que intentaban cambiar la sociedad a fondo, y en el proceso brotaban poesía en abundancia ardiente. Tú me enseñaste a favorecer lo democrático, lo accesible. No hay duda de que soy intelectual, y fui conferenciante ambulante en las universidades de este país por treinta años, acompañada por mi doctorado y mis publicaciones, pero mi vida intelectual se ha llevado a cabo en las salas de las bibliotecas públicas, en los centros culturales de izquierda, alrededor de las mesas en cocinas y cafeterías, en los grupos de mujeres y los colectivos artísticos, en la radio y en las librerías de libros usados. Eso me lo diste tú, intelectual supremamente orgánica. Tú me enseñaste a escribir, y juntas nos hicimos escritoras comprometidas.
Toda mi vida ha sido una conversación contigo. Fuiste mi mejor amiga, mi colaboradora más cercana, mi compañera política de más confianza. Durante cuarenta años escribimos juntas una nueva versión de lo que era ser mujer puertorriqueña. Ese tres de la mañana en que te fuiste, mi mundo cambió para siempre. Mil veces al día viro hacia tu última ubicación conocida para compartir un cuento, una noticia alentadora, una frase deliciosa. Aunque ya no hay teléfono que contestes, te sigo hablando, y no es ninguna sorpresa que sigamos colaborando. Mientras redacto tus relatos y los míos para nuestro último libro, Cosecha y Otros Cuentos, mientras organizo tus papeles y fotos para los archivos, elaborando una memoria de tu vida, te siento aquí conmigo, acomodándote dentro de mis huesos, dándole peso a mis intenciones. Sigues creando conmigo nuestra historia compartida.
Que siga siendo útil.
Toda mi vida ha sido una conversación contigo. Fuiste mi mejor amiga, mi colaboradora más cercana, mi compañera política de más confianza. Durante cuarenta años escribimos juntas una nueva versión de lo que era ser mujer puertorriqueña. Ese tres de la mañana en que te fuiste, mi mundo cambió para siempre. Mil veces al día viro hacia tu última ubicación conocida para compartir un cuento, una noticia alentadora, una frase deliciosa. Aunque ya no hay teléfono que contestes, te sigo hablando, y no es ninguna sorpresa que sigamos colaborando. Mientras redacto tus relatos y los míos para nuestro último libro, Cosecha y Otros Cuentos, mientras organizo tus papeles y fotos para los archivos, elaborando una memoria de tu vida, te siento aquí conmigo, acomodándote dentro de mis huesos, dándole peso a mis intenciones. Sigues creando conmigo nuestra historia compartida.
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